Entrega del Diego Bernal 2015
En un acto que contó con la presencia de Ñúnez Feijóo
Lois Caeiro recibió el Diego Bernal 2015
Tal
como estaba previsto, el día 22 de enero, Lois Caeiro, actualmente
director de El Progreso de Lugo, recibió el Premio Diego Bernal 2015, de
manos del presidente de la Xunta y del presidente de la APG.
El
acto se celebró en el transcurso de un almuerzo con motivo de la
celebración de la Fiesta del Patrón de los Periodistas, con dos días de
adelanto, con la presencia de unos 150 profesionales de toda Galicia.
Hubo momento emotivos al recordar al recientemente fallecido José Luis
Alvite, que había sido galardonado con el Diego Bernal 2014.
La
lectura de los méritos del galardonado estuvo a cargo del veterano
periodista Juan Ramón Díaz, actualmente director general de la empresa
que edita El Ideal Gallego en A Coruña y otros diarios en Galicia.
Lois Caeiro agradeció el reconocimiento y afirmó "este premio es un nuevo impulso para seguir volando".
Por
su parte, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo cerró el acto
con un discurso en el que hizo una defensa de la libertad de expresión y
de prensa.
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El galardón de "este año me ha emocionado sobremanera"
Juan Ramón Díaz hizo un amplio recorrido por la vida profesional de Lois Caeiro, en la siguiente intervención:
Presidente de la Xunta, presidenta del Grupo El Progreso,
secretaria xeral de Comunicación, presidente de la A.P.G. colegas y colegos,
compañeros de fatigas y devotos feligreses de la comunicación:
La escolanía xornalística xacobea, que ejerce por libre y evita
los atascos sindicales de los colectivos más radicales, ha decidido, con el
enorme retraso que producen las designaciones feudales por provincias, otorgar
el Diego Bernal de 2015 a Lois Caeiro.
La ermitaña paciencia de Arturo Maneiro y su camuflada influencia,
por ahora menos portentosa que la de mi señor Feijóo, al que deseo larga
estancia en su residencia de Montepío, pero casi equiparable a la de Mar
Sánchez, han hecho el milagro de este memorial bernalino, que pretende cubrir
el vacío institucional de aquellas generosas recompensas pecuniarias, que bajo
el cartel de Premios Galicia de Comunicación, prodigaban, en lujoso directo
televisivo, el gobierno mayorista de Fraga y el parcelario de Touriño y
Quintana. Los severos recortes y un premeditado e higiénico alejamiento oficial
de la dócil canallesca, han vaciado la bolsa de las monedas pero han dado
prestancia colegial a esta nueva recompensa. La de este año me ha emocionado
sobremanera, mucho más que la de otros galácticos galardones otorgados a
viejos camaradas que fueron avispados curanderos de oenegés en tiempos de
ébolas preautonómicos y manipularon con buena voluntad los aforados ropajes del
famoso aldraxe identitario.
Me separan de Lois unos cuantos años, que no son óbice para que
ambos estemos colocados en el rumbo verdadero del escepticismo diletante tras
una peligrosa pero reconfortante navegación entre arcaicas tipografías
entintadas y cibernéticos sistemas de edición, en la que hemos escuchado
el fatigoso latido del oficio durante decenios de singladuras galicianas,
compartidas con leales colaboradores, bastantes amigos y un feixe de
intencionadas imprudencias.
El mando ha ordenado glosar, por lo breve, las
excelencias, especialidades y vidueiro genealógico de este inteligente,
riguroso, crítico y honesto colega de andanzas informativas que es Lois
Caeiro, representante egregio de una especie en extinción: la de los
profesionales todoterreno con marcha reductora, los de la antigua usanza, como
algunos de los que hoy comparten pan y agua y acechan desde su asiento con una
mirada inquisidora. Veo a Fernández Areal, Sánchez Izquierdo, Germán Castro,
Perfecto Conde y Rey Novoa. Más allá diviso a Fernando Salgado, José Luis
Gómez, Xosé López, los dos Pousas y otros protagonistas que harían interminable
la cita. Un abrazo para todos.
El famoso
libro de los gallegos ilustres, en su agotada edición vernácula compostelana,
aclararía la patria de sus ancestros literarios, situando su primer brote verde
en las cercanías del cenobio de Sobrado dos Monxes, también conocido por el
traductor automático de la consellería de Cultura como Desván de los Monjes. En
realidad Lois no es Caeiro sino Rodriguez, a mucha honra, pero prefirió
establecer el apellido materno. El trueque facilita equívocos a los buceadores
de Internet que, a través de Geogle, localiza al doctor Lois Caeiro, con
cátedra en la Complutense y especialista de renombre en arte y cultura
japoneses, que yo creo que es un ectoplasma cuántico del universo paralelo de
nuestro premiado.
El
peregrinaje curricular de Lois cubrió un tramo juvenil por las aulas y
emociones de la Cibeles, que sirvió para acrecentar sus conocimientos
humanísticos; después acometió a pie un conato novelístico que seguramente
tendrá exitosa continuidad en los venideros años de reconfortante asueto; y se
marcó un escarceo cunqueiriano por la senda gastronómica. Sin embargo, Galicia
ha sido para Lois el epicentro de sus tres principales vocaciones: el
periodismo noticioso y redaccional, el artículo ágil y pletórico de sutiliza y la
amistad fraterna, en plena sintonía con Diego Bernal y el recientemente
fallecido José Luis Alvite, recompensado el pasado año con este galardón y de
cuya orfebrería narrativa se ocupaba hace días la pluma de Pepe Castro con una
virtuosa semblanza.
Fino
escritor, corrosivo a veces, elegante siempre en el estilo, cáustico cuando el
tema lo requiere, fabuloso retranqueiro, hábil conversador bilingüe y
desbordante de cultura y erudición, Caeiro nos deleita a diario con atemperados artículos, que
marcan la hora puntual del acontecer histórico nacional, autonómico o
provincial, y suscitan el interés creciente de la alta clase dirigente. Graham
Greene, en “El americano impasible”, confiesa: “yo era sólo reportero
descriptivo y no podía opinar de nada; pero me hicieron editorialista y ya
puedo opinar de todo”. Los textos sin firma de Caeiro son piezas maestras con
argumentaciones incontestables, repletas de ese relato entendible que tanto
apremia a nuestro Presidente. Ejerce, además, de periodista-gestor de un
gran diario, condición esencial para mantenerse en el reducido pedestal de los
profesionales más prestigiosos.
Recordaba hace pocos días el homenajeado, en un revival
nostálgico de cruce de misivas con nuestro amigo Caetano Díaz, los orígenes
casi olvidados de sus inquietudes periodísticas, aderezadas por un galleguismo
fervoroso pero moderado, ocupando un hueco de combate en las
desérticas trincheras informativas de vanguardia para ser testigo de una
transición que devino en autogobierno, y cuya versión actualizada supone para
sus hijos Lois y Maruxa una referencia tan distante como la revuelta de los
Irmandiños. Lois mantiene frescos los recuerdos de esa gestación patriótica,
que supuso un largo ciclo de compromisos personales, agobios informativos y
sobredosis de entusiasmo.
Eran tiempos,
casi siempre datados en Marineda, junto a las ruidosas linotipias de El Ideal
Gallego, bajo la atenta mirada de su primer maestro Rafael Gonzalez, cuando un
fogoso Lois nombraba en sus crónicas a José Quiroga, Quintás Seoane, Iglesias
Corral, Totora Armesto y Antonio Rosón. Y también a Ceferino Díaz, Meilán
Gil, Pérez Vidal y Bautista Alvarez, por citar a los más solicitados. Años de
treboada informativa, de indiferencia popular--como se comprobaría más
tarde--hacia los cumios descentralizadores. Ya habían aparecido las revistas
Teima y Encrucillada; se preparaba para llegar a los kioskos el semanario A
Nosa Terra; Madariaga concedía entrevistas en La Toja, Blanco Amor residía,
becado por la Fundación Barrié, en el lujoso Hotel Finisterre, Emilio González
Lopez apadrinaba tertulias democráticas por los soportales de María Pita y
Domingo García Sabell, en un anticipo de su sorprendente nominación como
delegado del Gobierno en Galicia, era senador real junto a Cela y Fermín
Zelada. Lois empezaba a frecuentar la Casa Grande de Xanceda para degustar un
arroz a la cubana, probar un tawny portuense y escuchar las arriesgadas
aventuras europeas de su morador y admirado cronista Augusto Assía que, a la
anochecida, concluido el pasmoso relato, solicitaba su ayuda para contar las
vacas.
Anduvo en los
balbuceos de ese gran invento vernáculo y normativizador del idioma que fue la
televisión y Manolo Rivas cuenta que la liberalidad de nuestro agasajado le
permitió entrevistar en directo a un burro en el plató.
Tras esa
travesía iniciática por las elevadas y peligrosas jefaturas televisivas,
y después de “pasar lo que pasó” en la Xunta, recorrió un corto camino
experimental por la delegación del Gobierno y otros despachos comunicadores económicos,
financieros y empresariales hasta que volvió al redil profesional para gozo y
disfrute de sus abundantes admiradores. Sacó a la calle Atlántico Diario, que
aun resiste los embates del embravecido y caballeresco mar olívico, para
aposentarse en Lugo donde ejerce con monacal sabiduría la dirección de El
Progreso desde hace unos15 años.
A los méritos
del homenajeado, y para completar tan descollante biografía, hay que añadirle
el impagable complemento aportado por la expresiva inteligencia de su esposa
Maruxa, a la que yo quiero rendir un especial tributo de amistad
familiar. Vaya, pues, para ambos la sincera y entrañable felicitación conyugal
y el tenso abrazo de camaradería que corresponde enviarles en esta señalada
jornada. Que aproveche.
Lois
Caeiro: Metres as forzas, como as que hoxe recibo aquí, mo permitan
seguirei dun xeito ou doutro, que moitos e diferentes xa andiven, por
esta opción do periodismo
En
su discurso de agradecimiento, Lois Caeiro comenzó con un sentido
homenaje a José Luis Alvite, que fue acogido con un aplauso por parte de
todos los asistentes. Seguidamente se manifestó con estas palabras:
Dóullelas
gracias por este Premio. Ser recoñecido sempre é algo positivo,
sempre representa vento para seguir voando.
Recibir
o Diego Bernal supón unha honra dobre: serme concedido polos propios
colegas e situarme nunha lista de honor, de honor ata hoxe, a dos
premiados (algúns aquí presentes; algo que lles agradezo).
A
ver se con sorte se me pega algo.
Chegados
a certa altura do camino, podemos pensar que temos dereito a un
recoñecimento. Pero nunca merecemos o recoñecimento que de forma
libre se nos otorga, e máxime se o fan colegas de profesión.
Este
acto é un sinal de saúde e xenerosidade dos periodistas da APG, non
un merecimento meu.
Entendo,
pois, este Premio Diego Bernal como un xesto de amizade, como un
repostar gratuito, xeneroso, cando a viaxe se vai facendo longa e
como un alento para contar con forzas renovadas cara un horizonte que
nunca se acada, que se ha de ver sempre lonxano para non dar por
rematada a tarefa que nunca está acabada.
Unha
das razóns fondas da alegría que me produce este premio é que leve
o nome de Diego Bernal. Tamén o feito de telo visto nacer (o
Premio). Asistín a primeira entrega, alá no Club Internacional de
Prensa, con Augusto Assía, García Sabell e Diego Bernal.
Cos
tres tiven boas relacións.
Creo
honestamente poder dicir que a Diego Bernal e a min nos uníu a
amizade, e que esta se fortaleceu moito nos últimos anos da súa
vida. Nos cafés da mañán co amigo Couceiro, no falar acougado sen
presas, nos paseos polas rúas de Santiago, nunha man amiga que abría
un paraugas cando tantas veces chove e parece que non vai parar na
vida.
O
día do seu enterro eu íbame, como case todos veráns, para
Alemania. Pasei antes, ben cedo, polo tanatorio do hospital. Gardo a
imaxe en min: estiven alí, só, preguntándome polo absurdo da
morte, ou da vida, sobre todo de quen era todo vitalismo. Estiven
alí dicíndolle adeus a un amigo que se veu conmigo por Europa
adiante naquel agosto, como poden testificar Maruxa e os meus fillos.
Gardo
igualmente a imaxe do vello Assía aquela noite do primeiro destes
premios na Avenida da Coruña. Ou a de Domingo García Sabell, naquel
acto, diseccionando a personalidade do periodista da Mezquita ou o
señor da Casa Grande de Xanceda.
Sabell
sempre diseccionaba a quen tiña que eloxiar.
O
amigo Juan Ramón, a mín hoxe, fíxome ciruxía estética
Pero
non os vou aburrir a vostedes mirando para o espello retrovisor da
miña vida, nin lles vou falar dunha visión poética ou heroica do
periodismo. Non vou dicir que se volverá a nacer sería periodista.
Sería rentista nunha rebotica.
A
de periodista é una profesión como todas- como a de zapateiro ou a
de cobrador de tributos-, sempre que un opta polo que quere ser . E,
claro está, sempre que ún viva a súa profesión con intensidade.
Afortunadamente eu puiden optar polo que quixen. Non só eso, fun
tendo sorte coa familia e cos bos amigos cos que batín na profesión
e na vida.
E
fun tendo sorte coas empresas nas que traballei. Como estes bonitos
máis de trece anos que levo en El Progreso, cunha Presidenta Editora
e cuns compañieros, todo eles con ánimo, vontade permanete e
confianza para acadar o futuro, ainda que tantas veces este se
presente incerto…
Metres
as forzas, como as que hoxe recibo aquí, mo permitan seguirei dun
xeito ou doutro, que moitos e diferentes xa andiven, por esta opción
do periodismo
Por
o alento impagable que supón este xantar do Diego Bernal, pola
afirmación da amizade e pola expresión de xenerosidade dos
integrantes da APG, dóullelas gracias e dígolles que seguirei sendo
periodista
Alberto Núñez Feijóo: A defensa da liberdade de expresión é un dereito irrenunciable.
En
su intervención de cierre del acto de entrega del Diego Bernal, el
presidente de la Xunta también tuvo un recuerdo para José Luis Alvite y
destacó la defensa de la libertad de expresión que representaba el
galardonado:
Seguro
que moitos dos que estades aquí vos lembrades de “O mellor”, un
dos primeiros concursos que se emitiu na televisión pública de
todos os galegos, presentado por un coñecido xornalista deste país.
Poucos saberedes, en cambio, que foi outro xornalista quen fixo
posible que se chegase a emitir.
Conta
Manuel Rivas que, cando propuxo a idea, moitos na TVG levaron as mans
á cabeza. Pero houbo unha persoa que tivo unha reacción moi
distinta; unha voz ousada, a do director xeral, que dixo:
–“Que
o faga”.
E
vaia que se o fixo, deixando unha pegada irreverente que aínda
permanece na nosa memoria; unha pegada de liberdade naquela Galicia
que miraba ao futuro tras unha longa noite de pedra.
Pois
ben, aquel home está aquí, e non é outro que Lois Caeiro.
Probablemente,
querido Lois, non te lembres daquel episodio que rememora Rivas. A
anécdota, en efecto, parece intranscendente, mais serve para
ilustrar un debate de gran actualidade nos últimos tempos.
Aquela
frase significou a asunción dun compromiso que te acompañaría
durante o resto da túa vida profesional: a defensa da liberdade de
expresión.
Exercela
pode molestar a algúns (e diso, os políticos, sabemos un pouco),
pero se trata dun dereito irrenunciable; un dereito democrático que
forma parte da nosa civilización, e atopa no xornalismo libre o
mellor dos seus aliados.
É
por iso que quixera aproveitar esta tribuna para expresar a miña
solidariedade co pobo francés, e, moi especialmente, coas familias
dos xornalistas asasinados hai quince días en París; unha
solidariedade que, de seguro, comparten todos os cidadáns desta
terra.
Pero
a nosa lembranza tamén fica noutra capital: esta Compostela que nos
acolle, orfa tralo pasamento de quen foi un dos seus grandes
cronistas: José Luis Alvite.
Grazas
á vosa asociación, a sociedade galega rendeulle o ano pasado a
homenaxe que merecía; unha homenaxe con nome e apelido: os do seu
colega Diego Bernal.
Ámbolos
dous representaron “o mellor” do xornalismo, porque nunca
deixaron de ser xornalistas, desde os seus inicios, naquel país
sometido, ata o último dos seus días.
Traballaron
por dignificar a profesión, e a súa loita foi a de toda unha
xeración que quería saír adiante para construír o seu futuro, que
é o noso presente. Os protagonistas daquel cambio eran outros, pero
eles estiveron aí para contalo, cunha única arma entre os dedos: os
seus bolígrafos.
Por
sorte, a carne pode desaparecer, mais a palabra sempre vive, para
lembrarnos o valor dalgúns dereitos que en democracia xa damos por
descontados; o valor dunha liberdade de expresión que non foi nada
doada de conquistar.
Hoxe
algúns poñen en dúbida todo ese esforzo colectivo. Son mulleres e
homes, pero non viviron aquel tempo e seguramente ignoren o seu
transcorrer.
Por
iso lles animo a que lean a Bernal, a Alvite ou a Lois Caeiro.
Quizais así poidan apreciar a importancia dun pacto que nos permitiu
disfrutar do maior período de prosperidade da nosa historia.
Testemuños,
todos eles, da Transición española, tamén o foron da galega, a que
nos permitiu acadar un autogoberno como nunca antes tiñamos
imaxinado.
Grazas
a el, puidemos poñer en marcha as nosas institucións propias, pero
tamén algúns dos símbolos da nosa identidade, como a radio e a
televisión públicas.
O
xornalismo en Galicia xa existía antes, pero aínda estaba por crear
definitivamente o xornalismo galego. E, nese proceso, Lois Caeiro
desenvolveu un papel clave. Non en van:
- Foi analista político en Galicia cando moitos non sabían nin o que era iso, exercendo de pioneiro a través das páxinas de El Ideal Gallego.
- Puxo en marcha os servizos informativos da TVG e foi o primeiro que os dirixiu.
- E tamén foi un dos primeiros que desenvolveu a comunicación política neste país, como xefe de prensa da Delegación do Goberno, da Confederación de Empresarios ou da propia Xunta.
Un
espírito de precursor que constitúe o resumo da súa extensa
traxectoria profesiona pero que, como a Transición, non quixo quedar relegado a unha lembranza conformista pintada en branco e
negro.
Aí
temos o Atlántico Diario, que tamén fundaches, ou El Progreso, que
dirixes desde a chegada deste século. E estou seguro de que teremos
moitos máis exemplos. Porque o xornalista, como a palabra, nunca
morre; o xornalista é xornalista para toda a vida.
Moitas
grazas.
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